Hace tres años me compré esta camiseta. En principio, me hacía gracia. Porque feminismo es simplemente eso: la creencia de que las mujeres son personas. No las madres, las hijas, las novias de alguien, no un objeto decorativo ni quien tiene que venir a salvarte de tu propia inutilidad doméstica y emocional. Y sin embargo, para muchas personas es una noción radical.
Jeje.
Me hacía gracia. Pero ahora no me hace nada de gracia. Porque he llegado a comprender que quiero ser una feminista radical. Y con esto no quiero decir que quiera buscar la supremacía de las mujeres, no. Ni por supuesto que pertenezca a la ideología TERF (Trans Exclusionist Radical Feminists, es decir, feministas tránsfobas que han decidido que pueden establecer quién es una mujer y quién no), porque de hecho me parece aberrante tanto su postura como el hecho de que se hayan apropiado del feminismo radical.
El feminismo radical no es eso. El feminismo radical simplemente quiere ir a la raíz del problema, es decir, al sistema. Siempre me ha gustado llevar la contraria y quizá eso sea lo que me ha salvado la vida, porque fue la rebeldía la que me llevó al feminismo y al movimiento body-positive.
El primer paso para mí en aceptar mi cuerpo fue leer todos y cada uno de los mensajes que decían que las mujeres con sobrepeso eran preciosas, que la piel oscura era sexy, que las estrías son rayas de tigre e impactos de rayo y que fuese cual fuese tu talla deberías calzarte unos tacones, pintarte los labios con la sangre de tus víctimas y salir a matar el patriarcado.
Y no tengo problema con eso, porque me ayudó a aceptar mi cuerpo (la mayoría de los días). El problema de esta perspectiva es que no cambia el sistema en el que si eres atractivo eres válido, solo amplía la definición de atractiva, guapa, sexy. Y mi cuerpo no tiene que ser sexy ni le tiene que gustar a nadie. Mi cuerpo tiene que realizar sus funciones básicas, tiene que permitirme llevar la vida que quiero y necesito llevar. Mi cuerpo tiene que estar vivo y yo tengo que cuidar de él, y esa es la única exigencia que se le impone.
No quiero redefinir lo que significa ser guapa. Quiero eliminarlo totalmente de la ecuación, que no entre dentro de mis virtudes ni de mis defectos, porque mi curiosidad, mi sentido de la justicia, mi perseverancia, mi pasión, mi entrega, mi compromiso, mi servicio, mi querer cuestionarlo todo, mi mente y mi alma y mi presencia en el mundo, es lo que soy. Y mi cuerpo es solamente donde vivo.
No quiero recolocar ni redefinir: quiero tirarlo todo abajo y construirlo de cero.Seamos radicales.
El primer paso para mí en aceptar mi cuerpo fue leer todos y cada uno de los mensajes que decían que las mujeres con sobrepeso eran preciosas, que la piel oscura era sexy, que las estrías son rayas de tigre e impactos de rayo y que fuese cual fuese tu talla deberías calzarte unos tacones, pintarte los labios con la sangre de tus víctimas y salir a matar el patriarcado.
Y no tengo problema con eso, porque me ayudó a aceptar mi cuerpo (la mayoría de los días). El problema de esta perspectiva es que no cambia el sistema en el que si eres atractivo eres válido, solo amplía la definición de atractiva, guapa, sexy. Y mi cuerpo no tiene que ser sexy ni le tiene que gustar a nadie. Mi cuerpo tiene que realizar sus funciones básicas, tiene que permitirme llevar la vida que quiero y necesito llevar. Mi cuerpo tiene que estar vivo y yo tengo que cuidar de él, y esa es la única exigencia que se le impone.
No quiero redefinir lo que significa ser guapa. Quiero eliminarlo totalmente de la ecuación, que no entre dentro de mis virtudes ni de mis defectos, porque mi curiosidad, mi sentido de la justicia, mi perseverancia, mi pasión, mi entrega, mi compromiso, mi servicio, mi querer cuestionarlo todo, mi mente y mi alma y mi presencia en el mundo, es lo que soy. Y mi cuerpo es solamente donde vivo.
No quiero recolocar ni redefinir: quiero tirarlo todo abajo y construirlo de cero.Seamos radicales.